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ARTÍCULOS ORIGINALES
PAULA ANDREA GRAJALES SÁNCHEZ
Revista Perspectiva Empresarial, Vol. 9, No. 2, julio-diciembre de 2022, 3-5
ISSN 2389-8186, E-ISSN 2389-8194
la identidad, activar expectativas y condicionar
comportamientos” (Pérez, Álvarez y Castaño,
2017, p. 718); esto llevaría a cabo una progresiva
invasión de los espacios de socialización, propósito,
otro tipo de instituciones o que el trabajador,
desde su ejercicio de la autonomía, podría
elegir de manera libre y consciente. Un discurso
psicologizado que concibe a la empresa como un
dispositivo de control que permea la vida de los
individuos que trabajan en ella (Andrade, 2013)
Estos controles culturales o neonormativos
(Fleming and Sturdy, 2009; Costas et al., 2013)
buscan que el lugar de trabajo resulte atractivo,
divertido y apasionado y posibilitador en apariencia
del desarrollo y la autorrealización; aunque esto se
traduzca de fondo en prácticas laborales precarias
y legitimadas a través del discurso de la felicidad,
la empleabilidad y la esperanza de un futuro
prometedor. Prácticas como jornadas laborales
superiores a lo permitido por la ley y el detrimento
de aspectos esenciales de las vidas personales,
se espera proporcione el vínculo con la organización
tales como la estabilidad económica y laboral,
reconocimiento, estatus y ascensos laborales.
Controles que van cautivando y moldeando la
nivel de productividad y no necesariamente a favor
de su autonomía y bienestar.
Para Mumby y Clair (2000) las organizaciones
no solo son agrupaciones sociales en las que se
“espacio de lucha en el que los distintos grupos
compiten por moldear la realidad social de la
organización de modo que sirva a sus propios
intereses” (p. 265). Bajo este contexto, los autores
plantean que en estos espacios quienes cuentan
con niveles de poder superiores —gracias al
control evidente sobre los recursos económicos—
estos intereses antagónicos entre los empleados y
los altos mandos directivos, partiendo del control
de los recursos simbólicos y discursivos. A través del
discurso pueden autolegitimarse como saludables
y promover aparentes iniciativas relacionadas con
el bienestar social, aun cuando persistan prácticas
y condiciones laborales.
Lo anterior, ha puesto sobre la mesa de
bienestar ya no como un derrotero de actividades y
espacios controlados de satisfacción temporal sino
—desde una mirada más sostenible— como una
competencia a desarrollar en los trabajadores que
les permita una toma de decisiones cada vez más
consciente y autónoma a favor de la calidad de vida y
la satisfacción integral y genuina de las necesidades
individuales y colectivas. De acuerdo con Huber
et al. (2011), es una invitación a trascender de
la perspectiva estática desde la que se concebía
el bienestar hacia una más dinámica en la que se
contribuya al desarrollo de la capacidad del ser
humano de adaptarse y autogestionarse frente a los
retos que le plantea su entorno para hacerles frente
y mantener y restaurar la integridad, el equilibrio
y el sentido de bienestar.
Así que el rol de las organizaciones, más allá
de dar cumplimiento a los marcos regulatorios
en términos de salud y seguridad y de crear y
promover espacios de control del bienestar de
como la generación de autodependencia (Max-
Neef, Elizalde y Hopenhayn, 2010) que empodere
a los individuos y no de dominación que frustre la
satisfacción de las necesidades humanas.
Una autodependencia en función de una
interdependencia horizontal […] sin
relaciones autoritarias ni condicionamientos
unidireccionales es capaz de combinar los
objetivos de crecimiento económico con los de
justicia social, libertad y desarrollo personal.
Del mismo modo, la armónica combinación
de tales objetivos es capaz de potenciar la
satisfacción individual y social de las distintas
necesidades humanas fundamentales. (Max-
Neef, Elizalde y Hopenhayn, 2010, p. 34)
Una organización saludable implica, entonces, el
reconocimiento y la integración de las subjetividades
en un proceso de intersubjetivación en el que
se promueva el bienestar para todas las partes
interesadas como aspecto fundamental de la cultura.
Pensar en una cultura organizacional saludable,
basada en el sentido de cultura humana, es pensar
en un entorno organizacional que promueva el
desarrollo de las libertades y capacidades de cada
individuo en su contexto próximo como expresión
fundamental de la dignidad humana y como punto
de partida para el bienestar social.